Implotar

 He perdido la costumbre, casi por completo, de escribirte. Digo, porque acá estoy escribiéndote una vez más. Tal vez esta sea la última.
Recuerdo agriamente el tiempo en el que escribirte era de lo que más hacía. También recuerdo el tiempo en el que no lo calificaba con ese adjetivo. Porque aún en ese momento no había sido capaz de entenderte como realmente lo eras. Un problema. Un problema arduo y largo con el que a fin de cuentas me acostumbré a convivir y naturalicé como a los vecinos molestos del piso de abajo que se quejan de los ruidos de vivir en un edificio. Un problema que vivía a sus anchas ocupando espacio en mi cabeza sin pagar ningún tipo de alquiler.
Llegó el día, por suerte, en el que entendí que era hora de dejarte ir porque yo merecía mucho más que eso. Merecía más que migajas y desplantes. Merecía más que mensajes a la madrugada, encuentro furtivos, la sombra en tu  vida. Merecía mucho más que ser tu shot de adrenalina. Tu secreto bien guardado, tu diferencial pintado de misterio cuando no era más que quien encarnaba tu tesoro más preciado. El ego de saberme ahí esperándote a la expectativa de esa ilusión que nunca sería cumplida, porque a vos te gustaba lo clandestino A vos te gustaba guardarme en un cajón. Las miradas cruzadas a la otra punta de la habitación. Tratarnos como extraños delante de los demás, enredarnos a  oscuras sin testigos ni pruebas que nos pudieran comprometer.
Es verdad, no todo es tu culpa. Yo fui tu cómplice. Tu cómplice en el destrato a mi misma; la primera en decir que yo quería eso, y me gustaba.
Me gustaba con el mismo morbo que nos aferramos a los vicios. Como nos consumen los malos hábitos dónde el placer habita en la autodestrucción. 

La última vez que te vi supe que era la última vez que me iba a hacer eso. Cuando me desmorone y lloré en el piso completamente desbastada. Sentí que me partían al medio y desgarrando la carne me arrancaban del pecho eso que me gustaba tanto, buscaba tanto y al mismo me destruía. La fuerza arrasadora de la implosión. Vos, tu desconcierto. Vos y tu ego alimentado de años por mi morbo y el tuyo.  Vos y yo construyendo poco a poco la receta del desastre.
Hay historias que desde su comienzo uno sabe que nunca podrán terminar bien. Esta era una de ellas. Creo que en eso de dilatar la despedida, creamos un monstruo imposible de contener. Porque vivía adentro mío, iba consumiendo desde adentro.  Tarde o temprano, sin sostén iba a colapsar.

Que bueno que lo hizo.
No nos merecíamos hacernos tanto daño.

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