2019

No me saque ninguna foto con mi familia, ni mis tíos, ni mis primos. Me reí mucho, comi cosas ricas, mis primos me pusieron al tanto de sus vidas, me hicieron un regalo que no me esperaba, bailé con mi sobrino en brazos y me miró con sus pequeños ojitos con tanto amor que sentí que el universo se reducía a nosotros en la casa de mis tíos mientras cantábamos todos juntos las canciones a los gritos. En ese momento, en el que todo se disipó, en el que simplemente estuve ahí, en ese ahora, sentí la liviandad de ser feliz, y quererse a uno mismo, pero también lo hermoso de un hogar lleno de gente que te quiere mucho y vos querés de la misma forma, y que en un abrazo se corta la distancia y el tiempo y ya no importa que tan poco o que tan mucho nos veamos, el cariño es inmenso.
Una parte de mi alma vive en esta ciudad. Vive en sus calles numeradas, el parque al que llamó bosque, la arena en la que hundo los dedos de los pies, el olor del mar que me llena los pulmones. Vive en los abrazos de mis tíos, las risas con mis primos, los mates en la playa hasta el atardecer.
Vive en este hogar al que siempre puedo volver, al que vengo a refugiarme y cargar energías. Necochea es mi lugar en el mundo, es ese lugar donde siempre encuentro razones para amar la vida, mi cable a tierra cuando las cosas se ponen intensas.
El 2018 fue un año muy difícil, que encontró la forma de ponerme a prueba una y otra vez de formas diferentes, y que ante todo me hizo crecer. Tiró de mi. Me arrancó. Me hizo empezar cosas y a la vez me despojó de otras. Aunque tuve miedo, mucho miedo, enfrenté todo eso que venía escondiendo en placares, abajo de las alfombras o dónde pudiera. Tuve que despedir mucha gente, proque entre otras cosas este año que se fue tuvo muchas despedidas. Despedidas de ciclos que terminan, y de cosas que terminan.
Solté, un montón.  Pero cuando pude soltar tanto también pude encontrarme a mí y eso es lo más hermoso que me pasó este año, me encontré a mi. Es probable que haya tenido que romperme de esa forma para poder hacerlo, y que todas las veces que sentí que me ponían a prueba era muy real. La vida me ponía a prueba para que yo finalmente aprenda. Así todo también ha sabido ser cruel, viví con la hermosa ilusión de un sobrino que iba a llegar en julio, el primero de esa camada de primos, y dos días atrás el 2018 volvió a dar cátedra del año que no paró de romperme el corazón, cuando sonó el celular y me enteré que mi prima había perdido el bebé. Me dolió el corazón y quise llorar un rato por ese sobrino que no llego pero esperamos con tanto amor.
El 2018 jugó mucho a la vida y la muerte. Me dió grandes logros personales y a nivel académico que me hicieron sentir viva pero me arrojo al vacío cada vez que me fui ahogada en llanto temiendo ya no poder conjugar a mí mejor amiga en presente y que sólo quede ese pasado que habíamos vivido juntas, sin poder nunca más generar futuro juntas, nuevas anécdotas, nuevos momentos. Pero contra todo pronóstico, y mi optimismo que flaqueo tantas veces, nuestras tardes juntas siguen sin tener fecha de vencimiento, y eso me pone feliz.
Fue duro, en muchos sentidos, pero recibir este nuevo comienzo, este nuevo año rodeada de tanto amor, en mi lugar favorito en la tierra me cargó de energía, y me recordó que no importa que tan duras se pongan las cosas a veces tengo un grupo de personas que están dispuestas a bancarme mientras me reinvento, me rearmo, que tengo la suerte de tener la familia que tengo, y a los amigos que elegí tener. Hoy la vida la comparto con todos aquellos que han querido formar parte y a quienes les he abierto esa puerta, pero sobretodo de aquellos que han elegido estar, a pesar de todo.
Sé que el calendario no debería marcar como nos paramos ante la vida, pero me gusta creer en esos finales y comienzos que marcan las vueltas al sol. Y este es uno muy especial, por lo que quedó atrás y dejé atrás y por todo esto que está por venir.

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