Resabio

 

Hace rato no te escribo nada. Supongo que quedó relegado a las madrugadas que compartimos, y en las que, aunque estabas lejos yo sabía que me abrazabas.

Hubo muchas veces en las que pensé cuándo sería la última vez que te escriba algo.

Un día sucedió sin más. Sin penas ni glorias te escribí por última vez unas líneas apuradas para no olvidarme lo hermoso que fue quererte tanto en una extraña adversidad.

Hoy me acordé de ese amor extraño que creció como sin querer, como los brotes de los árboles entre las baldosas y el cemento.

Me gusta que hayas sido mi brote imposible que se quedó chiquito entre adoquines. Me gusta que seas ese verde que corta la calle con impunidad y esperanza, que permanece implacable. Diminuto pero presente.

No va a crecer. Tampoco va a ir a ningún lado.

Permanece ahí.

Ese rayito de sol en el invierno frio que nos acobija un poco. Ese abrazo sanador fugaz de mirada cómplice un instante.

Ese momento que nos quisimos mucho atemporales y separados del cuerpo. Desde lo individual y en cautiverio.

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