De lo que no supe decir

 

Te merecías una despedida mejor que esta. Te merecías una conversación hasta que saliera el sol ausente sobre la general paz, y las luces que habíamos visto desvanecerse al atardecer emerger nuevamente. Te merecías que dejara de divagar un rato y pueda explicarte un poco de todo y no un párrafo enredado a altas horas de la noche cuando entre la angustia y el desconcierto no hubiera sabido cómo decir todo lo que no entendía que quería decir, y tal vez después, entre tanta angustia reírnos un poco, porque creo que es lo que siempre hicimos mejor. Reírnos a carcajadas, hasta las lágrimas, estallados.

Me hubiera gustado que fuera en la terraza de la casa de tus viejos, sentados en la escalera viendo el tiempo pasar y los autos correr en la autopista, de la misma forma que corrió la vida entre nosotros y nos llevó a caminos tan distintos en un instante eterno, como el que me desgarraría el alma mientras bajaba las escaleras en Moreno para tomarme un subte que me hizo cruzar la ciudad. Me hizo cruzar la vida tan lejos que ya no nos podríamos nunca volver a encontrar. Es curioso como la distancia funciona, cómo podes estar tan cerca, a un mensaje a las tres de la mañana y tan lejos que lo que hemos hecho después de ese punto de cruzarnos en nuestra existencia nos haya alejado tanto que ya no sé quién sos, ni vos sabes quién soy. Me resulta tan desconcertante saber tanto de vos para no saber nada y que nos hemos convertido en dos desconocidos con tanta velocidad.

Nos merecíamos una mejor despedida, probablemente también merecíamos más tiempo. A veces creo que ese periodo fue como prestado, como alquilado. Un año para cambiarnos la vida. Un año para que me salves la vida. Sé que si pudiera volver el tiempo, haría el intento.

Se también que esta carta no es para vos, es para vos y para mí de ese momento. Es una carta que llega casi cuatro años tarde. Al final siempre caigo tarde. Tanto despotrico con la inmediatez y lo poco que me gusta esperar cosas que quiero solucionar todo ya, y para ayer que al final llegué tarde. Llegué tarde a despedirte, llegué tarde a pedirte disculpas, porque para cuando llegué el desastre era inminente, porque ya no había nada que lo pudiera evitar. Llegué tarde a un montón de cosas, y no me di cuenta que mientras te hacía esperar con mi eterna urgencia  de vorágine violenta te fui rompiendo un poco.

Me hubiera gustado aprender antes lo importante que es que aprenda a frenar.  Ojalá hubiera entendido más de pausas y contemplar, ojalá me hubiera hecho menos de ese huracán que me jacté de ser. Ojalá nos hubiera dado la despedida que nos merecíamos. Ojalá al final de tanto dolor hubiera un abrazo que componga, emparche, enmiende. Ojalá nos hubiéramos ido con un poco más de paz.

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