Fragmentos del verano



I.
La tarde, el mate, los pies en la pileta. Escucho a Fran cantar mientras Nico toca la guitarra y me pierdo mirando el cielo. Están ensayando un tema de ellos. Se lavó el mate, pero ya no importa. Me acuesto sobre el suelo. Estiro los brazos. Hay días que el azul es más azul y parece que está más cerca el cielo y pienso que tal vez si me estiro un poquito más con los dedos podría tocarlo, como la felicidad de los momentos simples que, si me estiro, así con los dedos, casi puedo tocarla.

II.
El balcón, mis amigas. Nos reímos al unísono. Miramos el último tren pasar. Lau nos avisa que se va a dormir, que hace rato tiene sueño. Juli se toma dos tererés más y la sigue a dormir. Nos quedamos con Marian charlando. Me ceba un par de tereres mientras estudio para el final de Música contemporánea. No sé nada, pero no me importa. Hace unas horas había decidido que era más importante cenar con mis amigas que este final. Me alegra haberlo hecho, porque tenía razón. Esta noche cálida necesitábamos abrazarnos mucho y reinos a carcajadas.






IX
_No me gustan las burbujas.
_ ¿Es por ese mambo rarísimo que tenés con el tiempo y las cosas efímeras y por eso no te gustan? ¿Porque duran poco?
Me rio fuerte a carcajadas.
_No, no es por eso. Simplemente no me gustan.
Tati me mira con una mueca totalmente extrañada. Se ríe. Creo que un poco le divierten esas observaciones totalmente fuera de contexto que hago a veces. Hogar. Así es como es nuestra amistad. Así es como me siento cuando compartimos cosas. Se que puedo ir y venir mil veces de diversos lugares, pero también sé que es a ella a quién puedo volver cada vez que me pierda un poco, aun cuando no me gusten las burbujas.


XII.
De oso. Abrazo refugio. Me abre la puerta de su casa y Rous me refugia. Es de esas personas con las que no me da miedo ni me cuesta mostrarme todo lo vulnerable que puedo ser. Entro. Me descalzo. Saludo a las nenas que están demasiado ocupadas jugando a alguna cosa. Corren. Se ríen. Escucharlas me de esta sensación tan cercana a la paz. Preparamos el tereré y nos tiramos en los sillones a charlar. Hablamos de todo un poco. Hablamos y se me van todas esas boludeces que me pesan o me molestan. Hablamos y me voy volviendo liviana. Hablamos y Rous me sana. Esto también es felicidad. Este es de esos amores tan puros que nos salvan un poco de todo.






XIV.
La máquina de coser. El mate. Naruto acostado en nuestros pies. Silencio o algo así, suena la máquina, la calle, el colectivo que pasó por la puerta, la gente que charla en la vereda. Nosotras estamos en silencio. Lau cose. Escribo mientras cose. Me gusta que podamos estar sin hablar. Me gusta que podamos contemplar el espacio y la vida juntas. Me gusta este silencio aunque suene el timbre, Naruto salga corriendo y le ladre.
Me gusta que la casa de mi amiga se volvió ese espacio que nos acobija. Acá dónde venimos y nunca nos falta un mate caliente, un guiso que cocinamos juntas, una comida que preparamos con amor y lo que encontramos en nuestras casas. La amistad que hermana, acompaña, cuida, crece. Como las plantas en el jardín, crecemos, florecemos. Abrazadas entre nosotras, a de dónde venimos y en esto hemos devenido. Nos elegimos. Elegimos también crecer en comunidad. Crecer para transformar. Transformar y elegir ser mejor. Como la plantas en el jardín sobrevivimos al invierno, florecimos con el calor.



XVI.
_Estás en tu casa?
_Sí.
_Voy a merendar.
Camino las cuadras que me separan mi casa y la de mi prima. No hace mucho, Male, se mudó a Adrogué también. De chica era de esas cosas que esperaba que nos sucedieran, que alguna se mudara más cerca de la otra así tendría más cerca a mi compañera de juegos favorita.
Nos ponemos un poco al día. Charlamos un poco de nosotras, de la familia que compartimos y de la que no. De proyectos. De la vida.
Qué distinto es todo de aquel entonces en el que pasábamos días en lo de nuestra abuela jugando sin parar. Ahora la adultez nos sienta tan distinta y así todo también un poco somos esas nenas que pasaban la tarde jugando hasta que nos llamaran a cenar. Nos quedamos en silencio. Estoy segura que nos acabamos de ver corretear por ahí en la terraza, en el recuerdo, en el jardín de la abuela como todos los veranos que bailamos abajo de la lluvia y ella se reía de vernos bailar.
 


XV.
Espero en la puerta de la escuela. Espero y las veo salir con la sonrisa iluminada. Sabían que hoy venía a buscarlas. Salen y corren a enredarse en mí y yo en ellas. Nos abrazamos. Con la mochila de Michu calzada en el hombro caminamos mientras Rita me cuenta cómo fue su primera semana de clases en primer grado. Michu corre con una naranja en la mano. Corre con ella a ver si así corre más rápido. Revolotea a nuestro al rededor. Rita me agarra la mano y me sigue contando. La escucho. Atenta. Se distrae. Corre a su hermana. Se corren por la naranja. La naranja que da velocidad a la hora de correr, dicen. No sé si sea verdad. Si sé que espero siempre volver a jugar más allá de lo que dure su infancia. Ojalá no nos olvidemos de jugar. Ojalá las naranjas den para siempre velocidad.


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