La enfermedad de los otros


Uno puede enfermarse de otredad. De tanto referenciarse en otros, escucharse, construirse, mirarse, se desvanece el yo que alguna vez existió en aquello que se le presta más importancia que al ser mismo.
Yo me había enfermado de otredad. De pensar en otro que está lejos, ese otro que no tiene una figura real, palpable, sino más bien en ese otro que pertenece como a un imaginario, que nos juzga como desde una altura establecida, incuestionable.
El otro inmaculado, que encarna la perfección, ese otro que no soy yo, que nunca podré serlo porque carezco de aquello que hace al otro tan otro y a mi tan yo misma.
Ese otro que está como omnipresente y sabe, siempre sabe de qué manera es mejor que sea yo.
La otredad se me había filtrado en los huesos y no podía no pensar en un otro que hacía cambiar mi estado anímico, que regía mi paz y mis nervios. Otro que habilitaba o reprimía mis emociones, pensamientos y espacios.
Había vuelto el centro del universo a ese otro y todo giraba en función de ese ente. Ese otro, cualquier otro que no soy yo, que siempre se encarnaba en alguno, no importaba quien. Esa otredad que me aplastaba, me asfixiaba al punto de no poder conocerme.
Los otros son todos. Porque no somos solo en nosotros también somos en ellos. Es verdad que como seres sociales nos construimos por y a través de otros. Pero también vamos construyendo la individualidad.
En algún lugar en el medio del camino me perdí. Me perdí en todo aquello que se me dijo que tenía que ser, que tenía que hacer, pensar. El otro se volvió avasallante, abrumador, un exceso, y yo me dejé aplastar por ese otro que me empujo a construirme desdibujada, difuminada, sin ser nada. No siendo los otros, no siendo yo misma, no pudiendo definirme, limitarme, entenderme.
La enfermedad de los otros es esa relación que asfixia al ser individual ahogando su esencia y vuelve en sí y de sí (y de ellos) cuando abraza su condición individual en coincidencia espacio-temporal con esos otros sanadores que solo le pertenecen en la promesa de próximos encuentros, entrega y amor mutuo sin fecha de vencimiento.
Somos un poco aquellos que son hogar en abrazos, que te regeneran, te renuevan, te vuelven otra vez más humano y te alejas de ese ser monstruo que te come y no te deja vivir.
Los otros siempre van a ser otros que no soy yo. 
Y yo tengo que aprender a vivir sin que esos otros se coman a quién soy yo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

2019

A mis 19