Infierno: La noche más larga II

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Les dejo la tercera parte de infierno, espero que les guste.



Esa noche terminé de decantar una idea que hace rato venía amasando en mi cabeza. El infierno no es un lugar. Es un estado que transitamos como transitamos el espacio tiempo. Que sube, baja, indunda, arrasa. El infierno nos encarna, se nos vuelve parte del cuerpo, de la vida. Se materializa ahí donde las risas de mi hermano y sus amigos se apagaron durante meses y reirse parecía ridículo. Se volvió denso cuando ellos ya no pudieron nombrarlo durante años y todas las anécdotas que lo incluián fueron enterradas con él ese veitiocho de diciembre para ser arrancadas de ese agujero en la tierra algunos años más tarde, cuando no nos ardió en la memoria la ausencia que se plantaba ahí en medio de todos. 

El infierno eran las preguntas que no pudimos respondernos, la impotencia que nos pesó en el estómago que su asesino tuviera dieciseis años, la misma cantidad de años que tenía yo. El infierno son esas veces que me pregunto qué hubiera sido la vida sin una adolescencia no atravesada por tantos duelos, tanta muerte que llegó antes de tiempo. El infierno es todavía a veces lo pesado que se vuelve ser consiente de todas esas ausencias. El infierno a veces es aceptar la vida que tenemos, que nos tocó, que otros eligieron por nosotros y para nosotros. A veces porque nos quieren y otras porque simplemente es así. 

El infierno es ese dolor desmedido que desgarra. El dolor que desgarra, desmembra, rompe, pulverisa. 
Después de esa noche, que me dejó sin aire en el baño de mala muerte de ese hospital del conturbano bonaerense, y me aplastó las tripas cuando volvía a casa al nivel de sentir que iba a vomitar el estómago, no me tragó la oscuridad. Creo que como pude me aferre a este lado del universo porque sentí que no podía darme el lujo de encerrarme en mi misma otra vez, porque en ese entonces y más que nunca mi hermano me necesitaba de este lado. 

Así que como pude entre todas las nuevas preguntas que se me estaban formulando delante de mí hice un esfuerzo sobrenatural para no perder la cabeza y para que las preocupaciones mundanas de mis pares no me sacaran de quicio. 

Había aprendido como podía a entender o al menos aceptar la muerte y mientras se me generaban preguntas más difíciles de responder como qué era la justicia y por qué es o no es justo que alguien muera, quienes somos para decidir sobre la vida de un otro, qué tanto y cómo decidimos casi todo el tiempo sobre la vida de un otro directa o indirectamente. Mientras ese remolino cobraba fuerza dentro de mi, mientras tenía que mantener la calma con todo el odio que entraba en mi cuerpo y para mi propia sorpresa era demasiado a pesar de creer que tanto enojo no puede cabernos adentro, tenía que transitar las vivencias propias al último año de secundaria. Un año en el que tienen lugar diversos rituales que ya me quedaron vacíos o bien los llené de sentido, en exceso, porque el vacío habitaba en mi.

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