#23- Infierno: La noche más larga

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  La noche más larga
La noche más larga de la existencia de la humanidad fue el 24 de Diciembre del 2011, la Navidad que tuve dieciséis años, la última que festejé con algo de ganas.
Nos juntamos en mi casa. Mi mamá estuvo de mal humor todo el día porque le gustaba que viniera toda mi familia pero se enojaba porque todo no nos salía como ella quería. Éramos cinco personas desprolijas tratando de armar una decoración respetable. Salió mal. Supongo que a pesar del mal humor ella sabía que nosotros no podíamos armar las mesa de la forma que la arman sus hermanas que parecen arrancadas de salones de fiesta.  Nosotros somos un poco más rústicos.
Estuvo todo tenso. Yo estaba tensa. Mi hermano más grande saldría después de las doce con sus amigos y pasaban por casa a buscarlo. Pasaba Mariano, un amigo suyo que me gustaba hacía varios años con el que teníamos una relación bastante extraña a particular. Él me contó que venía, y yo estaba contando los minutos para que pasaran las doce y viniera a casa, para saludarlo si no me daba vergüenza y que toda mi familia no se de cuenta de lo mucho que me gustaba.
A eso de la una sonó el timbre y mientras cuchicheaba con mi prima lo salude a penas con una sonrisa del otro lado de la mesa y él hizo un pequeño gesto con la mano. Creo que a los dos no nos entraba en el cuerpo la vergüenza.
Pasé el resto de la noche hablando con mis primas de él y de todos los chicos que nos gustaban a todas.  Cerca de las dos y media de la mañana  cuando solo quedan mi abuela, mis tíos y sus tres hijas sonó el teléfono de casa. En ese momento todavía se usaban los teléfonos de las casas, y todavía se usaba hacer bromas por teléfono a la madrugada.  Mi mamá atendió de mal humor, esperando la gastada del otro lado del tubo.
Se quedó congelada. Yo también. La escena se reproduce en mi cabeza en mute cada vez que ese recuerdo re aparece en mi cabeza.
Todos corríamos de un lado para el otro en el living de mi casa, y recuerdo que mi mamá conteniendo las lágrimas le pedía a Agustín que no llorara, que todo iba a estar bien.
Agustín le acababa de contar a mi mamá que le habían pegado un tiro a uno de sus mejores amigos, Dani. Le pedía por favor que vaya mi tío Alejandro al hospital al que lo estaban trasladando.
Es extraño como cuando tenemos tanto miedo que nos pesa el estómago un montón, buscamos ayuda de a manotazos, y como en ese momento de tanta tensión mi hermano lo único que pedía llorando era que mi tío vaya al hospital.
Lo que Agus no sabía y nosotros no íbamos a saber hasta mucho tiempo después es que aunque mi tío hubiera estado ahí con él en ese preciso instante tampoco podría haber hecho nada. Que a Dani la vida se la arrebataron en un instante, a un metro de distancia y con una bala en el pecho que nunca tuvo una justificación más que matar por el mero gusto de hacerlo o por el desinterés total en la vida propia y la de otro.
Cerca de una hora después mi papá llamó. Dani había fallecido en la ambulancia y con mi mamá, mi hermano más chico y mi tía nos subimos al auto y recorrimos las veinte cuadras que separaban mi casa del Hospital Lucio Melendez.
Recuerdo como la cabeza me daba vueltas y no entendía nada de lo que estaba pasando, y cómo es que a alguien se le puede ocurrir hacer algo así. 
Llegamos al hospital y con mis hermanos nos dimos el abrazo más difícil que nos dimos en muchísimos años. Agus lloraba de esa forma que uno llora cuando se le está desgarrando el alma. Lo abracé con fuerza para que el cuerpo no le doliera tanto por lo que estaba viviendo y pensé que lo único que le pedía al universo hoy y siempre era que él fuera feliz, que la vida no le doliera y que esto no le pasara a él, que venga alguien a decirnos que esto era todo mentira.
Nos soltamos. Abracé a cada uno de los amigos de él, de su grupo que con el tiempo se habían vuelto en extensiones de hermano mayor para mi. Agus, Nico, Tomi, Mauro y  Dani pasaban la mayoría de las tardes en mi casa, se juntaban a reírse, a estudiar, pasar el rato, incluso mi casa fue sede de esas primeras veces que salieron y volvían en pedo a mi casa y con miradas cómplices ayudé a mi hermano a que subieran a su habitación sin hacer mucho ruido para que nuestros papás no se enteren.  

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