Esta fue la primera vez desde que nos conocemos que no te saludé para tu cumpleaños, que no hice la cuenta regresiva y te llamé a las doce, ni hablamos un rato, ni nos reímos cada uno de su lado de teléfono. Tampoco te preparé un regalo, ni te abracé mucho, a pesar del calor, ni me quedé apoyada en vos escuchando como tu respiración se acoplaba a la mía. Tampoco me quedé perdida pensando en qué color eran realmente tus ojos, porque jamás en todo lo que hacía que te conocía había podido clasificaros en un tono específico. No nos sonreímos a cada lado de la mesa, ni nos miramos siendo cómplices de algo que nunca supe bien qué era, ni te sonreí con cada chiste malo que se te podía ocurrir.
A veces, todavía te extraño. También a veces, me pasa de no hallarme riéndome con nadie más, y me siento totalmente ajena en los brazos de otros, como si en no hubiera lugar para ellos. A veces todavía me dolés un montón en todos lados, en el cuerpo, en los recuerdos, en las calles que caminamos juntos, en los días grises que nunca me gustaron, y cuando llueve torrencialmente que me asusto un poco. Me dolés en los logros que no compartimos y en los extraños en que nos convertimos. Me dolés en todos los abrazos que me faltaron, y todos los días que te ausentaste.
Me dolés en tu cumpleaños cuando no puedo abrazarte, enredarme en vos y recordarte cuanto te quiero ayer, hoy y siempre.
Qué irónica resulta ser la vida, cuando nos prometimos nunca dejarnos ir, y acá estamos, ya ni tengo tu número en mi celular.


Y reías cantándole al viento. 
Esas marcas. Tu respiración.
Gracias a vos.

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