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Así empezó.
Una noche de Febrero, en la que el calor me aplastaba contra el suelo, un antro en Palermo, un recital under de una banda que me gusta muchísimo, y las luces amarillas al fondo del escenario, y la música tan fuerte que me atravesó, y supe que ese día era el día en el que empezaba el resto de mi vida. Sonreí, porque entendí que todo había terminado, realmente era el fin, y en ese pequeño instante experimenté una felicidad que me llenó el pecho y comprendí el despertar de la ceguera de la que fuí responsable.
Comprendí que yo estaba donde estaba porque lo estaba eligiendo. Sobretodo, elegía ser feliz, por mi, y que esa debería ser una preocupación relevante el resto de mis días.

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