Intro.

A los once años descubrí que quería ser escritora, no solo descubrí, también en cierta forma lo decidí, pero no podría afirmar por qué. Supongo que de todas formas mi destino para con los libros o al menos ese ambiente,  se había trazado mucho antes, y no lo había descubierto, o al menos no lo recordaba.
En la primaria una vez por semana teníamos una hora en la biblioteca que se llamaba “la hora del cuento”, y era como su nombre lo dice, una hora en la que nos leían algún cuento que la bibliotecaria eligiera.  Cuando estaba en segundo o tercer grado, un día mis compañeros se estaban portando especialmente mal, Lili, la bibliotecaría había elegido un cuento que a mi me había gustado, pero, mis compañeros que no paraban de molestar, lograron que nos mandaran de vuelta al aula a hacer tarea. No pude escuchar el final del cuento. Decidida, en el recreo corrí a la biblioteca y le pedí por favor a Lili que me escribiera en un papel el nombre del libro y su autor.  Ese día espere muy ansiosa a mi mamá que volviera del trabajo, y juntas fuimos a la librería más cercana, y me compró el libro. Lo leí en menos de un día y por primera vez en la vida, sentí esa fuerza descomunal que tienen los libros. Por primera vez entré en ese universo lleno de posibilidades que no quería abandonar, pero, antes de darme cuenta, se me acabaron las  páginas, no había más libro que leer. Ahí comenzó mi sed de lectura, esa necesidad  inminente por siempre estar leyendo. Lo quería, lo deseaba, me desquiciaba no poder volver a ese lugar que había descubierto en lo profundo de mi ser. Ahí comenzó todo, y así empecé a leer, y cada día lo amaba más.  Cada libro nuevo, era una nueva vida, una nueva aventura, que quedaba tatuada en mi memoria como si yo lo hubiera vivido, me parecía increíble, no podía creer que un objeto tan pequeño como lo es un libro, como lo es un texto, fuera una puerta tan grande.
Así todo, no me alcanzo. Entre los ocho y los once años leí varios libros, y en algún momento en mi décimo primero año de vida descubrí que escribir me daba una fuerza que jamás había experimentado, tanto que me dejaba sin aliento, al punto que no podía dejar de hacerlo. Podía agarrar una lapicera escribir varias páginas de un tirón, me parecía tan extraño poder no solo entrar a ese fantástico mundo que te conducen los libros, sino que ahora yo podía crear mis propias puertas, no solo eso, yo era capaz de crear puentes entre la realidad y mi imaginación y que otros los encuentren.
Crecí. Reí, lloré, me golpee, aprendí, viví, pero sobretodo leí. Un día entendí exactamente que era lo que me pasaba a mi en relación a mis libros, porque los amaba de la forma en que lo hacía porque los consideraba objetos tan valiosos, no era solo porque eran mi pasaporte a otro lugar, al que nadie más que yo misma podía acceder, sino que también porque entendí que todo lo que leemos nos atraviesa, nos cambia, nos transforma. Si un libro no logra eso, entonces es, porque realmente nunca conseguiste entrar en donde te permitía hacerlo. Entendí que leer era una pasión, pero no como quien lee porque estaba aburrido, sino leer en el sentido de que me llenaba de vida, en el que era mi motor para avanzar. Entendí que leer en mi vida, y en mi cuerpo tenía la fuerza de un huracán, que podía hacerme arrancar, movilizarme, jamás detenerme. Mi sueño se materializó delante de mi. Yo quería que alguien, pudiera sentir todo lo que yo sentía leyendo, con algo que yo haya escrito. Quería poder crear en otro ser humano esa fuerza arrasadora que te obliga a seguir, siempre. Quería, más que nada poder transmitir eso que me provocaba escribir, como me demolía cada vez que debía reinventarme, y como me volvía a ensamblar construyendo una vida nueva. 
Un día, me desperté y me olvidé como era que se hacía. Me olvidé que era lo que me hacía amarlo de esa forma. Me olvidé como había sido sentirse llena de vida, y en mi se apagó esa fuerza que me movía más allá que cualquier otra cosa en el mundo.
Otro día, me asqueé leyendo. Ya no podía devorar libros, sin prisa y sin pausa, y me encontré vacía frente una biblioteca llena de libros elegidos estratégicamente.
Me olvidé todo.
No pude escribir más.
No pude leer más.
Todo se derrumbó. Se derrumbaron mis ganas, mi fuerza, yo. Ya no tenía nada. Ya no era nada. El amor que sentía para con todo eso, ya no estaba, y no sabía donde buscarlo, y quise escapar del mundo que alguna vez había construido y ahora se derrumbaba ante mis ojos.

Alguna vez, amé escribir, alguna vez supe reconocerme ante el espejo, hoy no hay reflejo que me pueda devolver, lo que allá tan lejos, fui.

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