Las viudas de santo donmigo (comiezo)


Había empezado a escribir para no sentirme sola en mi propio mundo, para volverlo real y poder hacer entrar a quien tuviera ganas de formar parte. Después con algo de tiempo empecé a hacerlo porque había cosas que no quería que se quedaran guardadas sólo en mi memoria, quería volverlas tangible para todos los demás. Quería contarles esa historia, que era muy mía, tanto que a veces me daba hasta escalofríos escribirla. Aún así lo hice, y terminé redactando lo peor y lo mejor de nosotros, y jamás lo saqué a la luz, bien por miedo a ser juzgados por los demás, bien por miedo a que los míos me odien.
Tenía cuatro tías mujeres con historias difíciles, yo a mi abuela no la había conocido porque falleció muchos años antes de que a mi se me diera por existir. Adrián era familiar de todas menos mío, nunca entendí por qué, ellas le decían papá pero yo no le decía abuelo, y era uno de esos capítulos sin resolver en mi vida, era de esas cosas que en mi familia saben todos menos uno, que se cuentan a las espaldas de otros, secretos internos. Que a fin de cuentas creo que en todas las familias los hay.
Aún cuando yo ya tenía veinte años y mis tias estaban pisando entre los cincuenta y los sestena y muchos las cosas no habían cambiado mucho. Seguían juntandose todos los domingos en la misma casa venida a bajo a tomar mates en esa cocina que tenía la misma decoración horrible desde mucho antes de que yo naciera. Le faltaba pintura  y claramente algo de limpieza. Las manchas de humedad habían sido testigos de miles de cosas, y los muebles viejos se quejaban de que todavía no los hayan jubilado. Siempre tenían una historia nueva que contar, nueva, tenían en su mayoría más años que yo sus relatos y los que no, no hacía falta que me los contaran. 
Muchos matrimoños para ser pocas personas, hijos que se van y no vuelven, mentiras, engaños, y miles de cuestiones que jamás fueron aclaradas, esa en sintesis era la historia de ellas. 
 Esther se había casado dos veces, y tenído cuatro hijos, que hasta donde yo se uno era hijo del primer matrimonio, dos del segundo  y el cuarto, era un misterio, era de esas cosas que cada vez que yo le preguntaba a mi primo quiern era su papá se encongía de hombros y no jugaba más por el resto de la tarde, y Adrián enojado, me decía que esas cosas no las tenía porque preguntar.
No vi más a mi primo después de que cumplió 18, y yo a penas cumplía doce. Se borró como las hijas de María, las mellizas, que nunca supimos en realidad donde fueron, sólo que ambas compartían al hombre que amaban, y él, tan amable no le quizo romper el corazón a ninguna de las dos, por eso decidió dividirse y amarlas a las dos por igual . Se fueron lejos, y no contestaron ni un llamado, ni una carta, y borraron sus nombres y no volvieron a hacerse cargo de su sangre, y su historia , como si la que vivían no era miserable y patética. Olga tuvo hijos, pero era la mayor y cuando yo nacía el más chico de sus hijos terminaba la secundaria. Se fueron a vivir al exterior los tres y solo a veces venían, y por ultimo  Ema, un solo hijo, y era peor que la maldad en si misma y nadie entendía porque. La familia le atribuía ese carácter al padre del chico. Un hombre que jamás respetó a su mujer, la golpeaba maltrataba y le hacía sentir que  no valía la pena vivir.  Vivía bajo los efectos del alcohol y otras drogas. En ese etorno creció el chico. Un día Ema, cansada de las quemaduras de cigarrillo se fue, pero su hijo no quiso irse con ella, ya era adolescente y había seguido los pasos del padre, y después de eso, Ema no quizo saber más nada de ellos.
No eran lindas historias, era verdad, pero no podía negar que eso era parte mi vida. Mi mamá Laura, era la más chica de las cinco hermanas. No se juntaba mucho con ellas porque se avergonzaba de las vidas que habían llevado, aún cunado la suya era muy parecida. Mamá se caso joven y me tuvo al poco tiempo, de hecho todos creemos que se caso por eso. Su marido era uno de los grandes empresarios de Buenos Aires, vivía estando a fuera del país , en teoría por trabajo a mi entender con otras mujeres, y por eso jamás le contestaba las llamadas y demás. Sólo mantenían la relación porque creían que era lo mejor para mi y si bien pude elegir pasar mis días entre la gente más adinerada del país decidí crecer entre mis tías y Adrían. En esa casa que a veces daba miedo, y contaba entre las gritas del cemento como a pedazos todos se fueron cayendo.

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