Nunca pensé que llegaría a este punto. Nunca pensé que me dolería hasta el último de mis huesos, hasta la última de mis células. Nunca pensé que me daría miedo, no despertarme después de ayer. Nunca pensé que con tanta facilidad se me inundarían de lágrimas los ojos. Nunca pensé que ya no te encontraría más, al lado mío, ni que no podría llamarte. Nunca pensé que llegaría este día. Un día gris, en el que ya no salga el sol, en el que las cosas terminarían. Un día en el que ya no me den más ganas, hacer nada.
Implotar
He perdido la costumbre, casi por completo, de escribirte. Digo, porque acá estoy escribiéndote una vez más. Tal vez esta sea la última. Recuerdo agriamente el tiempo en el que escribirte era de lo que más hacía. También recuerdo el tiempo en el que no lo calificaba con ese adjetivo. Porque aún en ese momento no había sido capaz de entenderte como realmente lo eras. Un problema. Un problema arduo y largo con el que a fin de cuentas me acostumbré a convivir y naturalicé como a los vecinos molestos del piso de abajo que se quejan de los ruidos de vivir en un edificio. Un problema que vivía a sus anchas ocupando espacio en mi cabeza sin pagar ningún tipo de alquiler. Llegó el día, por suerte, en el que entendí que era hora de dejarte ir porque yo merecía mucho más que eso. Merecía más que migajas y desplantes. Merecía más que mensajes a la madrugada, encuentro furtivos, la sombra en tu vida. Merecía mucho más que ser tu shot de adrenalina. Tu secreto bien guardado, tu diferenci...
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