Abismo

No hay nada peor ni más inquietante que caminar por la cornisa de la incertidumbre. Que rondar en esas pocas certezas que poseemos y empezar a armar hilos en la mente, sacar conclusiones, no tengan sentido y volver a empezar. Revolver la memoria, el cerebro, detalles, cosas que se nos escaparon, volver a empezar. Una, y otra, y otra y otra vez. Así hasta que de vuelta son las dos de la mañana y no me puedo dormir. ¿Qué me perdí? Vamos de nuevo. El tiempo se divide entre la velocidad con la que mi cabeza es capaz de armar y desarmar, o armar y reamar ideas, afirmaciones, conjeturas, y la lentitud agobiante con la que mi día se desarrolla. Tanto me agobia, me aplasta, me consume. He empezado a dormir cada vez menos horas y a aumentar mi consumo de café diario, incluso a veces me descubro perdida en tiempo y espacio, apurada por llegar  ningún lado.
Es que lo que no puede parar es el ritmo, ni la velocidad de mis pensamientos. Mi cuerpo se ha visto preso de todo estoy y simplemente se reduce a llevar a cabo procesos ya conocidos.  Me despierto, y me quedo mirando el techo pensando por qué otra vez no dormí, y lo mucho que me gustaría poder quedarme en la cama a ver si las cosas tienen más sentido. Me levanto, voy a la facultad. Me siento. Tomo apuntes. Bajo al subsuelo, me compro un café. Vuelvo al aula y tomo apuntes. Se termina la clase. Me quedo haciendo  las entregas. Vuelvo a casa. Me ducho y me quedo bajo el agua como perdida, suelo no recordar cómo fue que llegué ahí. Me tiro en la cama, y para ese entonces ya tengo los ojos demasiado abiertos y la cabeza demasiado cargada como para poder cerrarlos y descansar. Se hacen las dos de la mañana, y finalmente me doy tregua y duermo. A las cinco y media vuelve sonar el despertador y me pregunto por qué otra vez no dormí.
Entre la rutina y qué tanto de  todo puedo pensar se me va el día, y llego cansada pero demasiado abrumada como para poder hacer silencio y dormir.
Así es la incertidumbre. Te consume. El no saber, el no entender que se te mete en el cuerpo como de a poco, primero no te preocupa tanto y después cuando te quisiste dar cuenta, hace días que es lo único que sos capaz de pensar, y que ya le diste tantas vueltas y que cada vez tiene menos sentido.
Así es la incertidumbre, como caminar continuamente al borde del abismo, o me caigo y me hago mierda contra el suelo, contra mis dudas, mis miedos y las realidades que no quiero vivir, o me corro del borde y me alejo de todo eso que me hace mal y elijo creer que al final todo va a salir bien. El problema es ¿qué es bien?, y ahí está otra vez el abismo, la incertidumbre, ¿Y si me caigo? ¿cuánto dolor podré tolerar?, porque si me vas a empujar, empujame ahora. Cuantas más horas, días, semanas, meses pasen, más lejos está el suelo, y más fuerte va a ser el impacto.
Así es la incertidumbre. Va en subida. No para. No frena. No espera. Tortura. Ya puedo sentir el abismo.

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