No me creiste cuando te dije que mi sonido favorito en la tierra era escucharte reír a vos, como tirabas la cabeza para un costado y los ojos se te cerraban.
No me creiste porque no tenías ni idea la cantidad de veces que me había detenido a admirar ese espectáculo, ni cuántas veces había calculado qué decir para verlo ocurrir delante de mis ojos. Cómo tu cuerpo se contraía, la sonrisa amplia se te estampada en la cara y tu carcajada terminaba de trepar por la garganta saliéndote disparada la boca.
Pero no, no te podías imaginar nada de eso, porque nunca te habías visto sonreír de esa manera tan mágica de la que había sido testigo y tantas veces me deslumbró.
Implotar
He perdido la costumbre, casi por completo, de escribirte. Digo, porque acá estoy escribiéndote una vez más. Tal vez esta sea la última. Recuerdo agriamente el tiempo en el que escribirte era de lo que más hacía. También recuerdo el tiempo en el que no lo calificaba con ese adjetivo. Porque aún en ese momento no había sido capaz de entenderte como realmente lo eras. Un problema. Un problema arduo y largo con el que a fin de cuentas me acostumbré a convivir y naturalicé como a los vecinos molestos del piso de abajo que se quejan de los ruidos de vivir en un edificio. Un problema que vivía a sus anchas ocupando espacio en mi cabeza sin pagar ningún tipo de alquiler. Llegó el día, por suerte, en el que entendí que era hora de dejarte ir porque yo merecía mucho más que eso. Merecía más que migajas y desplantes. Merecía más que mensajes a la madrugada, encuentro furtivos, la sombra en tu vida. Merecía mucho más que ser tu shot de adrenalina. Tu secreto bien guardado, tu diferenci...
Comentarios
Publicar un comentario