#23: II Infierno
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Les dejo la primera parte de infierno, espero que les guste.
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II
Infierno
¿Te acordás cuando eras feliz? Yo sí. Me acuerdo que a
veces entre carcajadas nos mirábamos y sonrías, y si eso no fue felicidad
alguna vez, estoy segura que estuviste muy cerca.
La vida que no fue
Dicen que
aparte de nuestra realidad existen otras tantas ocurriendo en simultaneo, en
las cuales la vida ha sido muy distinta, pero ha sido para que esta pueda ser.
A veces pienso en esa vida que no fue, y que me hubiera gustado tener. En esas
cosas que me marcaron y que en gran parte me convirtieron en quién soy, y que
han hecho que la transición a la adultez a veces sea tan dura.
Cuando tenía
trece años lo conocí a Juan. Fue en el club en el que entrenaba y me acuerdo
que en cuanto lo ví, me gustó. Juan tenía 18.
Venía al club de suplente porque nuestra
profesora, Laura, se había roto la nariz. En cuanto lo ví me gustó. Hoy a la
distancia entiendo que fue algo así como mi entrada a la adolescencia, si bien
es verdad y también probable que nos gusten personas cuando somos más chicos,
también es verdad que la adolescencia se acentúa todo. Creo que el hecho de que
él me gustara fue de las primeras cosas que sentí con la intensidad abrasadora
de la adolescencia. Juan habría pasado sin penas ni glorias por mi vida,
probablemente años después lo recordaría como "el chico que me había
gustado a los trece", y cuando la suplencia hubiera terminado no sabría
nunca más nada de él, o no, o tal vez con los años ibamos a crecer y volvernos
amigos o ibamos a crecer en direcciones opuestas y me preguntaría como me pudo
haber gustado. Pudieron haber pasado muchísimas cosas, ojalá hubieran pasado.
Ojalá yo nunca más hubiera sabido de él porque simplemente la vida siguió su
curso.
El 15 de
septiembre de 2008 yo todavía me preocupaba por la competencia del día de la
primavera en el colegio y que lo más importante era que nuestro curso ganara.
Yo todavía tenía más miedo a llevarme Geografía y ser la primera de mi familia
en llevarse una materia, todavía me importaba más encajar con mis compañeros y
dejar de sentirme un bicho raro, que cualquier otra cosa.
Me acuerdo
que lo sentí en el cuerpo. Que sentí como un ruido sordo en el fondo de mi
cabeza y todo mi ser sabía que algo no andaba bien. Me acuerdo que anduve un
poco perdida todo el día y que ya no me preocupo saber que tenía geografía en
Diciembre. Todavía me acuerdo como ese 16 de septiembre mi mamá me llamó a su
habitación y me dijo que teníamos que hablar y un miedo helado me trepó por las
piernas que no sabía bien de donde venía.
_falleció
Juan- dijo. La miré un largo instante.
_Qué Juan?
Todo se
volvió oscuro.
Puedo
repetir de memoria esa conversación, y cómo me costó entender de quién hablaba
mi mamá. También me acuerdo como sentí una oscuridad devoradora salir del fondo
de mi misma y absorberme en un instante. Desaparecí dentro de mí.
De los meses
que quedaron de ese año, no recuerdo mucho, solo esos momentos en los que todo
me dolió tanto que me hizo recordar estar viva. Que el cuerpo me ardió y me hizo
volver, como esa vez en la que me quemó el pecho y el aire no me entraba por
los pulmones. Le dije como pude a la Lili, la profesora de matemática, que no
podía respirar. Llamaron a emergencias. Tuvieron que darme oxígeno y me mandaron
a casa. Esa tarde, dormí hasta que volvió a ser de noche y una vez más me hundí
en mi misma.
En algún
momento en esos meses que no recuerdo haber vivido empecé a refugiarme en los
cubículos de los baños del colegio. A concentrarme para poder respirar,
agarrarme con fuerza a mis costillas para no perderme tanto adentro mío.
Transité en
ese estado aproximadamente dos años. El día que mi cabeza me escupió de vuelta
a la realidad fue del orden de lo violento. No podía parar de llorar, ni
calmarme. Estaba en ese mismo baño del primer piso que se había convertido en
mi refugio. Una de mis compañeras me abrazaba tratando de hacerme entrar en
razón. Lo que ella no sabía, ni yo era capaz de explicar era que había vuelto.
Había estado casi dos años inmersa en mi
misma, registrando lo menos posible de lo que ocurría a mí alrededor porque no
podía vivir ni tolerar ese nivel de realidad. No podía entender como la muerte toca
la puerta tan pronto cuando a los 18 años se supone que te queda tanto por
vivir, que nadie debía morir joven. No podía hacerme a la idea de que con trece
años tuviera que entender eso.
Aunque no
podía, ni quería entenderlo, estaba de vuelta en este lado del universo, y de
la misma forma que los bebés lloran cuando llegan al mundo llenando de aire sus
pulmones por primera vez, yo estaba de vuelta tratando de respirar.
No sé cuánto
tiempo estuvimos ahí sentadas en el piso del baño mientras lloré hasta gastarme
y no me quedó nada dentro del cuerpo.
Hay días que
creo que fue eterno, como los días o los meses. Otras que fueron solo unos
minutos, pero el dolor me desgarró el alma volviendo eterno el instante para poder
traerme de vuelta.
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