Último día bueno
“Una de las convenciones menos idiotas sobre el género cáncer
juvenil es la del último día bueno el día en que la víctima de cáncer goza de
unas inesperadas horas porque parece que el inexorable declive se ha estancado
de repente y por un momento puede soportar el dolor.”
John Green, Bajo la misma estrella.
La primera vez que leí este libro, no pude evitar pensar y
sentir que este concepto era increíblemente triste, y me preguntaba si sería
uno capaz de identificarlo. Por ese entonces, tenía dieciocho años y estaba
tratando de entender como llevar la idea de un gran amigo de la infancia con un
cáncer fulminante, y pocas ánimos de volver a enfrentarme a un duelo. Si bien
entendía el concepto de cáncer, y todo lo que implicaba su enfermedad elegí
creer que otra vez no tendría por qué vivir la pérdida de un ser querido joven.
Así todo, la vida, decidió que dos no
sean suficientes, y una vez más me ví cara a cara con la muerte de un amigo.
Entre una cosa y la otra, este libro con su cuota de ficción y de un autor no
viviendo la situación de este tipo de enfermedades, me ayudó a sobrellevar el
tema.
Nunca supe cuando fue su último día bueno.
Nunca, con él experimenté poder identificarlo, al menos un
día bueno. Tal vez será que él era de esas personas que incluso en la más cruda
adversidad pudo mantener esa sonrisa que te inundaba la vida.
De forma diferente hoy entendí el concepto. Si bien mi
abuelo afortunadamente no se ve afectado una enfermedad física de estas características,
si se ha ido transformando en los últimos años a raíz de la pérdida de mi
abuela. Hace cinco años nos dejó, y desde ese entonces perdió la capacidad de
sonreír, los chistes y bromas que nos hacía a todos.
Cuando sonó el timbre y estaba del otro lado de la puerta
con una enorme sonrisa estampada en la cara, y cruzó la entrada con una soltura
tan propia, un medio abrazo, anécdotas a todo vapor encontré un vestigio de
quien me abuelo alguna vez fue.
Hoy fue uno de esos días buenos. No me entró la sonrisa en la cara, y me acordé
como antes se partía en carcajadas, como cada vez que nos distraíamos nos
escondía las cosas, y se reía en un rincón, y siempre tenía un chiste distinto
para todos.
Me acordé de ese toque especial que antes estaba, y la
última vez que ví a mis abuelos juntos. Cómo él la estaba molestando y ella se
ofendió y se fue a la cocina, como él la fue a buscar y entre un par
de palabras dulces, un beso, se le fue el enojo y como entre risas auténticas ella
se sentó a upa suyo y se sonreían felices.
Después de cincuenta años casados, nada más que el cuerpo se
les había oxidado. Hoy me acordé como hace unos años, después de contemplarlos
entendí que yo no quería nada de todas las cosas que había leído en libros,
visto en películas, imaginado en noches eternas. Yo quería un amor así como el
de mis abuelos. Uno que después de casi sesenta años juntos, pudiera jugar como
a los quince, y me llenara de esa forma que los llenaba a ellos, los inundaba y
tuve la suerte de admirar.
Ese, había sido su último día bueno.
Hoy descubrí, que no.
Que todavía puedo encontrar a mi abuelo, no solo en lo que fue.
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