Las viudas de Santo Domingo * (2)
Ya era
tarde, pero como era verano, nos nos ibamos todavía cada una a su casa. Adrían
vivía ahí, y no tenía problema en tenernos ahí todas las horas que nosotras
querramos pasar ahí dentro.
Yo venía
cansada de hacer unos trámites de la facultad y con la cabeza a mil por hora.
Me había peleado con el que era mi novio. Estaba con otra. Nos habíamos puesto
de novios cuando yo tenía dieciséis, ibamos cuatro años y la mitad de la
relación se la paso engañandome con otras que preferí no saber sus nombres. Me
sentía estúpida y abruamada. A veces, creía que lo de mis tías y mi mamá era
una maldición, la suerte de mis primos
también por ende, de rebote a mi también me caía.
No tenía
ganas de lebantarme ir a casa y aceptar que estaba rendida. Aceptar que no
podía cambiar lo que venía predestinado para nosotros.
Mantenía
fija la vista en la mesa.
Olga no
habló en toda la tarde. Ya harta de que yo permanecía en mi propio mundo abrió
la boca sólo para retarme.
_Deja de
amargarte nena… vos no tenes nada perdido. Recién tenés veinte años, sos joven.
_ y
bonita- agregó Ema
_encima
inteligente- remató Ester mientras que María asentía. Olga prosiguió:
_ El tipo
ese, es un tarado.. no vale la pena.
_Ninguno
vale la pena- María tenía siempre esos remates.
_Pero
che! No le arruinen las esperanzas a la chica que es todavía le falta mucho por
vivir..
_Pero,
tienen razón Adrián, ellas lo saben mejor que yo.
_No, no
saben, y vos Belena dejá de amargargue, mejor que te deshiciste del salame ese.
No perdes nada, claramete no valía la pena. Cambiemos de tema, sino termina mal
esto..¿Se quedan a cenar?.
Yo no me
quería quedar, pero todos incistieron. El problema era que ellos vivían cerca
del barrio, yo no. Tenía cerca de una hora de viaje hasta mi casa. Me quedé con
ellos, y se nos hizo la madrugada pronto. Cuando era así sólo ester y maría se
iban a sus respectivas casas. Olga vivía
con Adrián hacía dos años, para hacerle compañía y Ema vivía en la casa de atrás, así que era
como si viviera con ellos dos. Cuando me quedaba hasta tan tarde me iba a lo de
Ema a dormir. Tirabamos un colchón en el living y dormía ahí, hasta que el sol
de la mañana me molestara lo suficiente como para lebantarme cambiarme e irme.
Vivir así
tenía sus consecuencias. Entre peleas familiares constantes, gritos discusiones.
No paraban. En mi casa, mamá no paraba de llorar y gritar. Como no quería vivir
conciente sabiendo que su marido la engañaba con cualquiera en algún país de
Europa, sumergía sus penas en alcohol y se volvía pequeña en algún rincón de
ese departamento fantasma.
Mis tías
aunque no lo dijeran, sus historias personales también las afectaban, pero
siempre preferimos reirnos.
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