5. Las viudas de santo domingo
No habíamos ido porque nos
dolía que Estela (Que yo seguía sin saber quien era) se había marchado.
Habíamos ido pura y exclusivamente para que después no soportar a nuestras
otras tías llamando por teléfono para averiguar por qué no habíamos ido, y
tratando de meter púa.
Nos quedamos varias horas
recostadas sobre el pasto de la plaza, ya era de noche. Adrián venía a paso lento a donde estábamos.
_Vamos?- preguntó-
Ninguna contestó. No hizo
falta. Nos levantamos y nos fuimos, sin saludar a nadie. No valía la pena
seguir careteándola. Desde la puerta de la casa de velatorios, Yolanda nos
miraba con una mueca sumamente venenosa. Yo preferí no mirarla. Mis tías eran
más peleadoras que yo. Le mantuvieron las tres la mirada hasta que ella se
rindió y entró.
_Por suerte, hasta el
próximo funeral no las vemos
_ Siempre tan positiva vos
Olga.. Te vas a arrugar si seguis siendo tan amarga..
_Adrián, ya estoy
arrugada. Estoy vieja y no me queda mucho.. ya lo sabemos.
_Tía.. viejos son los
trapos.
Subimos al auto en
silencio. En mi familia siempre se podía notar ese humor negro, pero yo tenía
una teoría sobre ese amargado humor.
Nosotros nos reíamos porque nos acostumbramos a
esto, a reírnos para no llorar. Nos acostumbramos a que con nuestra risa, le
podíamos hacer cosquillas a todo el mundo, y así nadie sufría. Nos convencimos
que nosotros tampoco lo hacíamos, y así pasaron los años y nos seguimos
juntando. Todos los días en el mismo lugar. Para contarnos lo que ya sabemos,
para convencernos de que esta vez aprendimos y no íbamos a volver a creer las
mismas mentiras de siempre. Nos juntamos a fabricar una realidad mejor de la
que tenemos, a creer que tal vez había un mejor mañana para las viudas de santo
domingo, y yo, la más chica la última generación. En esa mesa, que nos
vio a todos llorar, reir y demás. Nos acostumbramos a que a pesar de que
doliera todo, de que nuestra familia estuviera tan dividida, y las historias
personales no eran un cuento de hadas, buscábamos la forma de que sonara como
un mal chiste.
Cuando llegamos, Ema, María y Olga estaban
muertas del cansancio y en la puerta de la casa de Adrián se despidieron y se
fue cada una a dormir.
_Yo me voy a casa- les dije.
_No vas a ir sola a esta hora- protestó Adrián.
_He ido más tarde
_No me improta. Subí a la camioneta otra vez, que
te llevo.
_No hace falta, en serio.
_ Vos subí que no tengo sueño. Vamos.
Comentarios
Publicar un comentario