Las viudas de Santo Domingo

Creo que lo que más recuerdo de muchos años de mi vida son tres cosas, las voces de mis tías, el olor a cigarrillos, y el sol del otoño que apenas calienta la piel.
No puede representar nada para muchos, pero, cada vez que me siento al sol del patio, en ese rincòn que todavía le da luz a la tarde, me acuerdo de eso.
Los domingos soliamos juntarnos. Al menos durante un par de años fue así.  Pasaron muchos años de mi vida hasta que comencé a escuchar sus charlas, y muchos más hasta que comencé a formar parte, y alguna vez, sentirme identificada con algo.
Mis tías a si mismas, cuando yo era adolescente, se decían ''Las viudas de Santo Domingo'' debo de admitir que nunca supe porque. Será porque nos veíamos todos los domingos, o por razones que nunca me dieron y dudo que me vayan a dar. Lo extraño de mis tías es que si bien tienen diferentes edades, y son diferente entre sí, la mayoría de las veces coinciden en hechos de su vida personal.
Así fue que cuando tuve dieciséis comenzaron  a llamarse así. En un año, cambió todo, o comenzamos a ver todo, cuando mi abuela ya no estaba para tapar el desastre de todos nosotros, y aparecieron ellas. Las viudas de Santo Domingo.

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